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miércoles, 29 de noviembre de 2017

La cordillera de los Andes, escenario político

La cordillera es una nueva coproducción entre Argentina, Francia y España protagonizada por Ricardo Darín, cuyo carisma está a tal nivel que su mera presencia hace interesante la película. Aunque el título puede llevarnos pensar en algo relacionado con el alpinismo, nada más lejos de la realidad. Se trata de un retrato muy oscuro sobre la profesión de la política.

La trama versa sobre una cumbre de presidentes latinoamericanos celebrada en Chile, en los Andes, de ahí el título de la película. El presidente argentino, interpretado por Darín, acude al evento sumido en dos encrucijadas: una profesional, por un escándalo financiero que salpica a su gobierno, y otra personal, por la difícil relación que tiene con su hija, además de la presión que le imprime la propia cumbre en la que debe apoyar a unos o a otros.

La película mantiene el interés en todo momento para hablarnos sobre el precio del poder. Viene diciendo que cualquiera que alcanza una cierta posición tiene algún esqueleto en el armario. El retrato que el director y guionista Santiago Mitre hace de la figura del político, no es nada complaciente, resultando bastante sombrío.

A Darín lo secundan las actrices argentinas Erica Rivas, como la mano derecha del presidente, y Dolores Fonzi como la hija del mismo. En papeles secundarios podemos ver a la española Elena Anaya y al otrora estrella emergente del cine hollywoodiense de los 90 Christian Slater, que en su momento encadenó varios éxitos de taquilla de la época como Robin Hood. Príncipe de los ladrones, Amor a quemarropa o Entrevista con el vampiro. A cargo de la música encontramos otro nombre español: el tres veces nominado al Óscar, Alberto Iglesias.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Tercer asesinato, pero es lo de menos

El director japonés Hirozaku Kore-Eda, responsable de Nuestra hermana pequeña y Después de la tormenta, continúa explorando las complicadas relaciones afectivas familiares, con especial atención a la figura paterna, esta vez en clave de thriller, con El tercer asesinato. Un hombre acusado de homicidio, es defendido por un abogado cuyo padre es el juez que condenó al acusado por otro asesinato treinta años atrás.

El hilo conductor de la historia es la investigación de los abogados para preparar la defensa, lo que plantea un debate ético muy interesante sobre qué debe primar en el objetivo de las pesquisas: la verdad o la estrategia legal para ganar el juicio. A la postre, el resultado de la investigación, si es inocente o culpable, que normalmente es lo importante en las películas de este género, en este caso casi es lo de menos, ya que Kore-Eda ha cambiado de escenario, pasando de un marco de relato costumbrista a la investigación de un crimen, pero lo que pesa de verdad, lo que le sigue interesando al director, es la exploración del alma humana, con sus dilemas morales y sus controvertidas relaciones interpersonales.

Y todo esto es expuesto con un tratamiento cinematográfico impecable, partiendo de una puesta en escena elegante, un ritmo narrativo pausado, como suele ocurrir en la cinematografía japonesa, y varios planos de gran belleza poética cargados de simbolismo. Todo el conjunto se ve amenizado por una partitura musical de piano maravillosa a cargo del compositor italiano Ludovico Einaudi, que cuenta en su filmografía con títulos como Intocable o El maestro del agua.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Fotogramas y corcheas se amalgaman en el jazz

«No hay melodía. Trasciende las notas, no es lo que se espera. Se improvisa, como lo de hoy.» Así definía el jazz Tom Cruise en la piel de Vincent, un asesino a sueldo que secuestra a un taxista en el intenso thriller Collateral, de Michael Mann.

Se celebra este mes de noviembre el Festival Internacional de Jazz de Madrid, por lo que se me antoja adecuado dedicar unas líneas en este blog a la estrecha relación que siempre han tenido el cine y el jazz. No en vano, la primera película sonora fue El cantor de jazz. Muchos directores han encontrado en este género musical, el acompañamiento perfecto para sus imágenes. La máxima expresión de ello la tenemos, quizás, en Woody Allen, que ambienta musicalmente la mayoría de sus películas con piezas de jazz. De sobra es conocida su pasión por el clarinete, con el que ensaya todos los días, tanto si está rodando como si no, y lleva años tocando junto a su grupo de amigos jazzistas.

Otro gran director, también muy melómano, es Clint Eastwood. De hecho, toca el piano y en alguna de sus películas, como por ejemplo Poder absoluto, incluye alguna pieza propia. Su afición por el jazz le llevó a dirigir Bird en 1988, con Forrest Whitaker de protagonista, sobre la vida del saxofonista Charlie «Bird» Parker. Y hablando de biografías en el cine, otros biopics sobre figuras de jazz son, por citar ejemplos de diferentes épocas, Música y lágrimas (1954), de Anthony Mann sobre la vida de Glen Miller, encarnado en la película por James Stewart. Más recientemente, está el caso de Ray (2004), de Taylor Hackford sobre Ray Charles, interpretado por Jammie Foxx, que consiguió el Óscar a mejor actor principal con este filme.

Miller pertenece a la época del swing, desarrollando su carrera profesional entre los años 20 y principio de los 40. Sin embargo, Ray Charles nació en 1930 y publicó su primer disco a finales de los 40. Se ha movido entre el jazz , blues y soul, tres estilos musicales cuya línea divisoria es muy difusa. De hecho, no solo él, sino varios artistas coetáneos suyos, también se movían entre estos géneros. A varios de estos grandes músicos y cantantes los podemos ver reunidos en la película Granujas a todo ritmo (1980), de John Landis, una comedia musical gamberra y delirante, en la que los Blues Brothers, Dan Aykroyd y John Belushi, bajo el argumento «estamos en una misión de Dios», tratan de reunir a su antigua banda para dar un concierto con motivo de juntar dinero para salvar de la ruina al orfanato de monjas en el que se criaron. En su periplo nos encontramos con grandes figuras del jazz, blues y soul como Ray Charles, James Brown, Aretha Franklin o Cab Calloway, que protagonizan geniales números musicales.

El filme conoció una tardía secuela en 1998: Blues Brothers 2000. John Belushi había fallecido y fue sustituido por John Goodman. Repitió John Landis como director con prácticamente el mismo esquema narrativo, pero la calidad global de la película resultó inferior a su predecesora, si bien la selección de canciones y los números musicales fueron nuevamente de primera línea.

Y para finalizar, para ver lo bien se llevan el cine y el jazz, cabe citar que incluso Disney lo ha usado, aún siendo habitualmente un género musical más cercano al público adulto que al infantil. En Fantasía 2000, una de las historias transcurre en Nueva York al compás de Rhapsody in blue, de Gershwin, tema ya utilizado por Woody Allen al comienzo de Manhattan. El episodio de Disney resultaba muy original y estimulante, ya que era diferente al resto, incluso en el tipo de trazado usado para el dibujo. A pesar de que todas las secuencias están muy logradas y es muy agradable de ver, del mismo modo que en la Fantasía (1942) primigenia quedó para la posteridad el episodio de El aprendiz de brujo, en la secuela, además de repetir esta escena, de las nuevas la más redonda y más innovadora quizá sea esa historia neoyorquina que fluye al son de Rhapsody in blue.

domingo, 5 de noviembre de 2017

American Assassin: no lo hagas personal.

El control de las emociones, ser profesional sin convertir tus relaciones con los demás en algo personal cuando de trabajo se trata, es el tema de trasfondo que toca el thriller de acción y espionaje American Assassin, basada en la novela homónima de Vince Flynn. Un joven estadounidense de vacaciones en Ibiza con su novia, se ve envuelto en un atentado terrorista en el que ella muere. Cegado por la sed de venganza, emprende una cruzada en solitario para localizar y matar a los responsables del ataque. La CIA le sigue los pasos y decide reclutarle.

El director Michael Cuesta, responsable de títulos como Matar al mensajero o El fin de la inocencia, nos trae un trepidante filme de espías con el tema del conflicto nuclear iraní de fondo e introduciendo la figura de los justicieros solitarios. Gente que, por no confiar en las fuerzas del orden, deciden buscar justicia, o venganza, según se mire, por su cuenta. Indagan por internet, se entrenan a conciencia físicamente, se introducen en la internet profunda, aprenden a manejar armas. En definitiva, son como la otra cara de la moneda de los lobos solitarios yihadistas. Las mayores carencias de la película son un mayor perfilado del personaje protagonista y un villano más carismático. Por lo demás, cumple acertadamente con las claves del género para ser un título bastante sólido.

Protagoniza Dylan O’Brien, conocido entre el público juvenil por El corredor del laberinto y la serie televisiva Teen Wolf. Le secunda el veterano Michael Keaton, en el papel de entrenador de la CIA, que se convierte, sin duda alguna, en la auténtica estrella de la película por su carismática veteranía. Les acompañan las actrices Sanaa Lathan y Shiva Negar.

La moraleja que se puede extraer de la película es que resulta muy fácil aconsejar en frío a los demás que actúen de modo objetivo en situaciones complicadas, anteponiendo la razón a las emociones. Pero cuando a uno le toca algo traumático de cerca, resulta difícil llevar la teoría a la práctica. Al fin y al cabo, todos somos humanos y quien más quien menos tiene sus fantasmas pasados y sus esqueletos en el armario.